¿Qué diría usted, abogada y amante del yoga, si le proponen ir a enseñar meditación profunda a un grupo de personas privadas de su libertad? Probablemente si usted tiene una mente flexible y cierta sensibilidad social, aceptaría y lo vería como un acto de caridad o de empatía con el que sufre prisión. Jairo Cieza nos brinda su opinión sobre esta excelente obra La Terapeuta, que estuvo en La Plaza el año pasado.
¿Qué diría usted, abogada y amante del yoga, si le proponen ir a enseñar meditación profunda a un grupo de personas privadas de su libertad? Probablemente si usted tiene una mente flexible y cierta sensibilidad social, aceptaría y lo vería como un acto de caridad o de empatía con el que sufre prisión.
Pero ¿qué pasaría si a usted, abogada y amante del yoga, le proponen que sea la profesora de meditación profunda de cinco personajes que han tenido que ver con la parte más sangrienta y compleja de nuestra historia reciente?
Los alumnos que la esperarían serían: Abimael Guzmán Reynoso (Gonzalo), José Ramírez Durand (Feliciano), Víctor Polay Campos, Peter Cárdenas Schulte, Miguel Rincón Rincón. Los dos primeros líderes de Sendero Luminoso y los tres últimos cabecillas del MRTA.
Pasaría usted una temporada en la Base Naval del Callao, con los presos más temibles de la historia contemporánea. Probablemente su visión cambiaría al enterarse de las características de los personajes mencionados. Quizás usted, abogada y amante del yoga, daría un portazo a la persona que le propone semejante afrenta a sus convicciones patrióticas y religiosas. Si esto fuera así no habría una historia, pues quedaría ahí sin mayor consecuencia. Pero de lo que se trata este artículo es que la profesora, desde ahora la llamaremos La Terapeuta, accede a esta oferta y asume el reto de enseñar yoga a estos personajes de la política radical peruana.
Efectivamente esta historia existe y ha sido, desde mi punto de vista, la historia mejor contada en la dramaturgia peruana del 2019. La obra ha sido dirigida por una talentosa cineasta (ésta es su opera prima en el teatro) Gabriela Yepes y protagonizada por una extraordinaria actriz: Alejandra Guerra. La presenciamos en el Teatro de la Alianza Francesa.
La terapeuta es una joven mujer, de unos treinticuatro años, que siendo abogada parece haber encontrado cierto equilibrio emocional en el yoga y en la capoeira. Tiene una relación compleja con su padre, al que le teme profundamente y al que nunca pudo satisfacer sus aspiraciones paternales, pues este quería una hija de un carácter fuerte, una triunfadora en lo profesional y afectivo. La Terapeuta consideraba que era muy poca cosa para lo que su padre había previsto. Es por este motivo, esencialmente, que acepta el reto de ser la Terapeuta, para encontrar la paz emocional de estos personajes y de paso, demostrar a su padre que puede hacer también cosas importantes y dignas de elogio.
Para tratar de entender a los cinco aspirantes a la paz espiritual es bueno recordar que todos son producto de sus épocas, de su ideología, así como de las condiciones materiales y culturales en las cuales se desenvolvieron. Abimael y su historia arequipeña en donde fue un niño aplicado en un colegio religioso y después en la Universidad San Agustín, donde se titula como abogado y filósofo con una tesis sobre Inmanuel Kant y otra sobre la Democracia burguesa. Su paso por La Universidad de Huamanga, sus lecturas sobre el marxismo y sobre todo del maoísmo, su férrea disciplina para lograr su única aspiración personal: Hacer la revolución comunista en el Perú. Feliciano y su paso por la Universidad Nacional de Ingeniería, la relación con su padre un general del ejército peruano, su amor por el ajedrez, su ingreso a las milicias senderistas y su capacitación en el arte de la guerra. Polay y sus inicios apristas, su calidad de hijo de una fundadora auroral del APRA, su estadía en Francia, en donde se adhirió al socialismo revolucionario, la decisión de fundar en 1984 al MRTA. Peter Cárdenas y su calidad de guevarista, su vida clase mediera, sus ideas de profundo cambio mediante la lucha armada. Miguel Rincón Rincón y su larga militancia guevarista y la forja de militante radical en las aulas universitarias. No pretendo extenderme en este punto, pero sobre la violencia política en el Perú se ha escrito desde la historia, la sociología, la antropología, la literatura, el derecho.
La terapeuta, una vez instalada en el Penal de máxima seguridad es presentada con los cinco personajes y solamente Víctor Polay, Peter Cárdenas y Miguel Rincón estaban dispuestos a seguir el curso de meditación y capoeira. Gonzalo era reticente y huraño, mientras que Feliciano era cojo de la pierna zurda y justificaba su dejadez en esta discapacidad.
Nos llama la atención Gonzalo, el que se conformaba con mirar los ejercicios que semanalmente realizaban sus compañeros de encierro. Senil, encorvado, flaquísimo, con un bigote diminuto daba la impresión de ser un hombre que estaba viviendo sus últimos momentos. No parecía que haya sido este el jefe de la revolución mundial, la cuarta espada del marxismo, el hombre que consideró que había llegado la hora del equilibrio estratégico y el momento para tomar el poder en la capital como se aprecia en la excelente obra de Oscar Colchado: “El cerco de Lima”. ¿Cómo era posible que ese hombre tan frágil haya liderado la guerrilla más letal y sangrienta de América Latina? ¿Cómo explicar que este sujeto haya podido ordenar a campesinos que maten campesinos para poner en movimiento su delirante aspiración maoísta? ¿Cómo un hombre que parecía hecho de papel, pudo colocar entre la espada y la pared a las Fuerzas Armadas peruanas, sin saber usar un arma?
En el caso de Feliciano ¿Cómo se explica que un sujeto que es cojo, hijo de un general del ejército peruano, sea el cabecilla del llamado Ejército Guerrillero Popular de Sendero? ¿Cómo explicar a los espectadores que estos sujetos débiles, que parecen insignificantes ahora, hayan, con sus seguidores, declarado la guerra al Estado Peruano? Lo resaltable de esta versión teatral maravillosa es que Alejandra Guerra desempeña el papel de cada uno de los cinco sujetos condenados de la historia peruana y lo hace con verosimilitud.
La Terapeuta no los juzga, tampoco los comprende, solamente quiere hacer su trabajo y pone el máximo de sus energías en lograr un resultado en favor de sus particulares alumnos. Ellos acceden, la respetan, la esperan, se sienten acompañados con ella en ese encierro de por vida en una celdas impenetrables en donde se tiene que pasar por varios controles exhaustivos para llegar a hacer la labor terapéutica. Trabaja con ellos, los incentiva a practicar entre semana y semana y va viendo sus avances lentos, apreciando la necesidad que tienen de hacer algo diferente, de conversar con alguien distinto, de ver una figura que venga de “afuera”, de la libertad y les puedas transmitir a través de su aliento y sus palabras el viento fresco de la calle.
Se logra, desde el espectador, una cierta comprensión de los sujetos abstrayéndonos por un rato de sus actos bélicos y su guerra política contra el Estado. Solamente vemos personas, sujetos endebles, seres humanos que necesitan una actividad diversa ante el sufrimiento del encierro perpetuo. La obra no es apologética, deja en libertad al espectador de hacerse sus propias ideas y abordar la performance desde sus particulares opiniones. Esa es la riqueza de esta obra teatral, su falta de imposición o aseveración categórica, sino más bien sus preguntas ante la condición humana. Así lo indican premonitoriamente desde el inicio al señalar que esta obra no implica ninguna vulneración a la ley penal y por tanto no es apología del terrorismo.
Si el espectador mediante la visión de la pieza teatral humaniza al personaje es completamente natural, porqué los senderistas, sus líderes y militantes o los emerretistas por igual, no son seres alienígenas, son peruanos, sujetos de carne y hueso, con ideas, pensamientos, concepciones del mundo que los llevaron a adoptar una determinada y radical manera de entender el Perú, en un país brutalmente fracturado. Humanizar al enemigo no es algo malo es poner las cosas en su dimensión.
No pretendo extenderme en juicios de valor, pero sí resaltar que esta obra me hizo recordar libros maravillosos como “La Condición Humana” de André Malraux, existencialista francés, en donde militantes chinos coquetean con la muerte a cada paso, o “Historia del subsuelo” de Dostoievsky, así como “Los justos” de Albert Camus. Por supuesto, en su versión nacional, me hizo rememorar “Los rendidos” de José Carlos Agüero y remembrar a esos dos grandes científicos sociales como Carlos Iván Degregori y Gonzalo Portocarrero.
Lo maravilloso de teatro es poder apreciar directamente y sin intermediarios a los personajes, ser testigos de la puesta en escena de emociones humanas, de sentimientos desgarrados que son transmitidos de manera brutal por el actor, en este caso por la actriz Alejandra Guerra. Lo realmente destacable de esta obra es la posibilidad que nos abre para comprender mejor nuestro pasado y sobre todo una mirada íntima y humana a los personajes que desafiaron una democracia que consideraban imperfecta y hostil a las mayorías. Estos personajes han sido retratados de una manera cruda, visceral, en todas sus falencias y nimiedades, en sus contradicciones y manías, en sus miedos y aversiones, porque al final del cuento son también humanos.