Publicación #77

Cincuenta y veinticinco

Jairo Cieza

2019-12-28

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En este 2019 que va expirando se han cumplido cincuenta años de la muerte de José María Arguedas (2 de diciembre de 1969) y veinticinco años de la desaparición física de Julio Ramón Ribeyro (4 de diciembre de 1994). Dos de los escritores más importantes para comprender el Perú. José María para entender mejor el ande peruano y su mundo enorme y rico, Julio Ramón para comprender esas personalidades grisáceas de una Lima que se va como escribiera José Gálvez Barrenechea.

Este 2019 que va expirando se han cumplido cincuenta años de la muerte de José María Arguedas (2 de diciembre de 1969) y veinticinco años de la desaparición física de Julio Ramón Ribeyro (4 de diciembre de 1994). Dos de los escritores más importantes para comprender el Perú. José María para entender mejor el ande peruano y su mundo enorme y rico, Julio Ramón para comprender esas personalidades grisáceas de una Lima que se va como escribiera José Gálvez Barrenechea. 

Es por José María que conozco la belleza inconmensurable de Abancay, de sus ríos y profundidades, de sus personajes andinos y mestizos en aquel internado cruel y degradante. Es por José María que conozco el penal del Sexto con sus sodomías y mazmorras, con sus presos políticos y comunes. Sé por José María de la crueldad y concupiscencia descarnada y miserable que tuvieron que padecer apristas y comunistas en ese infierno carcelario. Es por José María que conozco el nuevo capitalista que llega a modernizar el campo con nuevas formas y tecnologías y encuentra la resistencia del feudalismo, expresado en el hermano gamonal, cruel y despótico. Es por José María que conozco un país tan rico, complejo y disímil en donde todas las sangres deberían convivir. Es por José María que conozco los burdeles de Chimbote, su marginalidad, al nuevo indio alcoholizado y promiscuo en la versión de Uriel García más que en la del cuzqueño Luís Valcárcel. Es por José María que se me vienen a la cabeza las escenas de la conversión del campesino en obrero, en medio de la usina en la fábrica de harina de pescado de propiedad del empresario pesquero Banchero Rossi. Es por él que conozco los padecimientos psíquicos de un escritor que se desgarraba en su tarea y le dolía el Perú tanto como le dolía su nuca. Es por José María que conozco las hermosas cartas a su psiquiatra, la chilena Lola Hoffman. Es por José María que conozco la traducción de los Cuadernos de Huarochiri y la resistencia indígena frente a la religión hispana para seguir adorando a sus dioses terrenales expresados en la naturaleza viva. Es por José María que conozco de primera mano el amor puro y adolescente, así como el desengaño por la presencia sucia y maledicente de un hombre con cara de sapo en Warma Kuyay. Es por José María que me asombro cuando leo el sueño del pongo con ese final excrementicio y justo. Es por José María que tengo ganas de conocer una cultura inmensa y que mayormente me es ajena como la andina. Es por él que deseo conocer más a profundidad los cantos, el folklore, la riqueza de las melodías de la sierra. También las tradiciones, los cuentos, la comida, las costumbres, la vestimenta, la música de nuestra serranía. Es por la lectura esperada de su obra antropológica que me gustaría descubrir la lingüística quechua y la etnología que estudió José María para informarnos de la vastedad de la cultura que fue tratada de desaparecer mediante el avasallamiento cruel y sangriento  pero que es tan inmensa que no se le pudo defenestrar y más bien se ha mantenido y se ha sincretizado en las nuevas costumbres, en las nuevas formas expresivas de cultura que nos da una identidad como país andino.

Es por Julio Ramón que me conocí mejor. Es por Julio Ramón que entendí la tentación de mi fracaso, la necesidad de perder habiendo ganado. Es por Julio Ramón que respeto a los personajes grises, mediocres, opacos y sempiternos. Es por Julio Ramón que fui conociendo a los nuevos inquilinos de las colinas de arena, personajes entrañables que de la basura salvan la comida necesaria para alimentar un puerco que sirva para el lucro de un explotador abuelo. Es por Julio Ramón que entendí mejor el racismo como tara colonial peruana. Al leer Alienación me di cuenta que, a veces, sentimos vergüenza de nuestra propia sangre. Es por Julio Ramón que entendí a ese músico solitario y brillante a pesar de su parsimonia como en Silvio en el Rosedal. Es por Julio Ramón que entendí la gracia y la picardía del limeño como en la Botella de chicha, paseé con él por lo techos de las azoteas miraflorinas para conocer a ese personaje entrañable, viejo y sabio como El rey de las azoteas. Es por Julio Ramón que conocí al servidor público que se enorgullece que el señor ministro se tome una copa con él para después ni siquiera acordarse de su existencia. Es por Julio Ramón que comprendí a la humilde empleada y sus tribulaciones en De color modesto. Es por Julio Ramón que entendí que el derecho es una disciplina que a veces puede ser terriblemente aburrida si no se le da un tamiz literario y creativo. Es por Julio Ramón que entendí las becas en el extranjero y su austeridad extrema al tener que realizar la labor material y manual a pesar de ser un intelectual. Es por Julio Ramón que lavé platos, mesas, fui recepcionista de un hotel de mala muerte y me entristecí cuando un hombre gris creyó que una mujer le hacía caso para después humillarlo de la peor manera. Es por Julio Ramón que entendí el miedo a triunfar en el caso del profesor que es designado y cuando va a ser su hora esperada desiste de su pequeño triunfo. Es por Julio Ramón que entendí el amor de un padre para rescatar a su hijo atrapado en una trampa metálica en pleno mar. Es por Julio Ramón que entendí de mis prejuicios al tener una novia de color y desistir de afrontar la verdad en una sociedad clasista y racista como la limeña de ayer y de hoy. Es por Julio Ramón que me convertí en un abogado maduro que en una noche solitaria y hermosa sale a buscar aventuras sórdidas. Es por Julio Ramón que entiendo mejor a los fumadores, a su religión que no se deja impresionar por las horribles imágenes contra el cigarrillo. Es por Julio Ramón que aprendí a valorar una buena conversación con un vino en la mano y a estimar el humor fino y sutil. Es por Julio Ramón que encontré el humor inteligente en los Dichos de Luder. De la misma forma entendí la necesidad de contarlo todo, de describirlo de la mejor manera posible, de exteriorizar los sentimientos a través de un hermoso diario como el de La tentación del fracaso. Es con Julio Ramón que estuve en una quinta en la cual dos personas como una negra y un viejo se odiaban y se necesitaban mutuamente. Es con Julio Ramón que entendí que no solamente describía al hombre de ciudad sino también al hombre andino en cuentos como El chaco. Es con Julio Ramón que me avergoncé de mi padre negro y alcohólico frente a mis nuevos amigos en el club de tenis. Es con él que me pelee a puñetazos con mi padre ausente e irresponsable. Es con Julio Ramón que cambé mi color de cabello hasta volverme gringo para que la chica más guapa y de pelo castaño se enamoré de mí. Esa chica me denostaba por ser negro y se llega a casar con un gringo que le pegaba y le decía “chola de mierda”. Es con Julio Ramón que entendí los modales de la burguesía, los caracteres de la clase media, sus taras y cobardía. Es con Julio Ramón que entendí mejor a mi familia y a mis amigos. Es con Julio Ramón que entendí mejor a mi país y su nueva composición social y la necesidad de integrarnos en una nación que amalgame y comprenda mejor nuestra nacionalidad.