Publicación #76

El Guason a la peruana

Jairo Cieza

2019-12-11

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"La película la veo en un doble sentido, por un lado, una mirada individual que nos encara la necesidad de colocarse en los pies del otro y la segunda, colectiva, que urge a los Estados una acción pronta y firme para proteger a las personas con alguna discapacidad. La ciencia ha avanzado lo suficiente como para dejar al individuo a su devenir, como si fuera un bote a vela en el mar tempestuoso. De lo contrario tendremos millones de Guasones qué, con justa razón, nos dirán: ¿Quieren saber cómo termina el chiste? "

Mucha tinta se ha derramado desde el estreno de la película Joker, en las salas limeñas. Sesudos comentarios desde críticos de cine como Jerónimo Pimentel, Ricardo Bedoya, Isaac León Frías, psiquiatras con Ricardo Bruce, Max Hernández, abogados como Roxana Jiménez Vargas Machuca, Eddy Chávez Huanca, Johel Chipana. Inclusive los políticos no dejaron de opinar sobre este personaje terriblemente entrañable y maravillosamente interpretado por Joaquín Phoenix.

 

Mi mirada probablemente no se pueda desprender de la coraza de abogado que me acoge y a veces aprisiona, por lo que trataré de liberarme un poco de esa corteza y apreciar la película desprendido de mis prejuicios aprendidos o inconscientes. La perspectiva que pretendo dar de Joker es la que muestra el personaje para, de alguna forma, justificar su actuación cínica y criminal.

No es extraño sentir satisfacción cuando el Joker de Todd Phillips mata a esos insensibles y facinerosos jóvenes que lo humillaron, maltrataron, golpeándolo y pateándolo en el tren. Tampoco es inusual la sensación de justicia y alivio cuando Joker mata a “Robert de Niro” en esa escena memorable en que dispara al presentador del programa televisivo más sintonizado, en plena filmación en vivo y en directo. Me hace recordar la masacre del penal “El Sexto” en los años ochenta, en que se televisó el crimen contra algunos secuestrados por los internos más avezados de la prisión limeña. Incluida una escena en donde se quema viva a una persona. Una película peruana retrató con éxito esta masacre sangrienta, Reportaje a la muerte de Danny Gavidia, con la actuación de un joven Diego Bertie. La verdad, tampoco se siente mal cuando el enfermo de epilepsia gelásica (enfermedad mental que obligaba al Guasón a carcajearse con el mayor sufrimiento del mundo) mata a ese otro payaso que lo había inducido a usar armas de fuego conociendo su discapacidad para desmejorar su reputación como payaso. Esa es otra escena fantástica en donde la mirada del enano aterrado es una contradicción cómica que permite resistir el atroz ensañamiento del Guasón con el “amigo” que lo traiciona siempre.

¿Está mal sentir estos sentimientos tanáticos? ¿El director está jugando con nuestras pulsiones más recónditas bajo la apariencia de una justicia que redime? ¿Estas acciones justicieras de Joker para con los que se burlan y aprovechan de su sufrimiento están plenamente justificadas?, si la ley proscribe el asesinato ¿el cine puede sublimarlo en un acto de estricta justicia? ¿la naturaleza humana es “hobbbesianamente” atroz para con sus semejantes? ¿Acaso nos debemos sentir mal por la manera cómo valoramos la actuación virulenta del Guasón o esta será un canal o una vía para desfogar nuestras más terroríficas emociones? ¿El cine debe permitirse este tipo de licencias que podrían (exagerando) haber insuflado a las masas anómicas y descreídas de América Latina para lanzarse irredentas a la conquista de su propia anarquía?

Tantas preguntas no las voy a poder responder y las dejo a la conciencia de cada lector de esta publicación.

Una escena para mí es importante en particular. El momento en que a Joker le niegan la poca o nula asistencia mental y lo alejan de sus fármacos que, si no desaparecen el mal, al menos lo palian. Es aquí en donde el sistema se deslegitima y se vuelve aterrador. No es Joker el discapacitado, el raro, el anormal, es el mismo Estado, que debiendo velar por los más débiles no lo hace y se convierte solamente en el gendarme o el tutor del libre mercado sin ningún pudor ni reticencia a la insensibilidad. ¿Qué hace un hombre que ha sido abusado de niño, con una madre enferma y tolerante a las agresiones a su hijo, cuando enferma por estos factores u otros de carácter orgánico cerebral? ¿Tiene derecho a vengarse? ¿Tiene licencia para destruir? ¿Tiene la facultad para juntarse con otros tullidos, enfermos o monstruos para disparar el gatillo frente a la sociedad que lo agrede salvajemente? La respuesta es no. No la tiene.

Esta respuesta inesperada para el lector avisado, y para mí también,  no significa que el sistema deba continuar como está, más bien es el aviso desgarrador para señalar que si sigue así, será destruido, sin posibilidad de redención. Tiene que existir regulación, debe haber un Leviatán que sirva para proteger, tutelar, velar por la salud de su población. La ley del libre mercado, sin parámetros, es totalmente incongruente con esta aspiración. Esta expectativa requiere intervención del Estado, regulación a fin de que las medicinas para la salud mental no se dejen al libre albedrío del mercantilismo farmacológico o de los laboratorios sin control. Necesita que un Estado fuerte garantice la salud de su población más afectada y pueda permitir la educación para que los niños y jóvenes crezcan en los valores del solidarismo, la corrección y no del facilismo ni de la individualidad esnobista o de un hedonismo ausente, carente de un mínimo sentido por el otro.

La clave está también en colocarse en los zapatos del otro ¿Y si ese sujeto que es aplastado por la maquinaria de un capitalismo salvaje es nuestro hermano, o nuestro padre, actuaríamos de otra manera? ¿Permitiríamos que el Estado se maneje por gavillas de mercantilistas incultos e insensibles? No lo creo.

La película la veo en un doble sentido, por un lado, una mirada individual que nos encara la necesidad de colocarse en los pies del otro y la segunda, colectiva, que urge a los Estados una acción pronta y firme para proteger a las personas con alguna discapacidad. La ciencia ha avanzado lo suficiente como para dejar al individuo a su devenir, como si fuera un bote a vela en el mar tempestuoso. De lo contrario tendremos millones de Guasones qué, con justa razón, nos dirán: ¿Quieren saber cómo termina el chiste?

 

Lima, 10/12/19