Publicación #39

Tradición e innovación en la poesía de Abraham Valdelomar

Marco Martos

2018-04-01

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Abraham Valdelomar es un escritor que se expresó en todos los géneros conocidos. En poesía es, junto con Vallejo, quien da una acabada realización a un modernismo peruano en el aspecto formal y temático. Como conocedor de las vanguardias europeas, poco después empieza a cultivar una poesía temáticamente atrevida, con una serie de expresiones que nunca habían aparecido en la poesía escrita por autores hispanoamericanos, que incluso ahora llama la atención de críticos y lectores. La ponencia hace un recorrido concentrado formal y de asuntos, de lo que se desprende la originalidad profunda de este poeta. Palabras clave Valdelomar, poesía, tradición, innovación, modernismo y vanguardia.

 

La figura de Abraham Valdelomar está sólidamente instalada en la imaginación de todos los peruanos. Es un autor que conocemos desde la infancia pues tiene la fortuna de aparecer en los libros escolares y la suerte aún mayor de no evaporarse, como diría Orwell, en ninguna de las desafortunadas reformas que van arrinconando cada vez más a la literatura, como si fuera un asunto del pasado remoto al que apenas hay que aludir. Solo su enorme calidad, palpable en cada uno de los asuntos que abordó en su vida vertiginosa, puede explicar el fervor de los lectores y críticos que vuelven una y otra vez a muchas de las cinco mil páginas que pergeño, cien años después de haber sido escritas.

Probablemente la poesía no sea el núcleo central de la obra de Abraham Valdelomar, pero sí constituye algo imprescindible en su figura de escritor. El es uno de esos literatos con ambición de totalidad que va siendo cada vez más escasos en la vorágine de especializaciones de la época contemporánea. En el siglo XIX hubo escritores que se ejercitaron en todos los géneros, Goethe, Víctor Hugo. En el siglo XX, en Europa, prácticamente desaparece este tipo de escritor. Entre los peruanos con esa aspiración de totalidad, solamente pueden mencionarse a José Carlos Mariátegui, Arguedas, Vallejo, y en cierto sentido a Vargas Llosa y a Sebastián Salazar Bondy, aunque Vargas Llosa no ha escrito muchos poemas ni Salazar Bondy llegó a pergeñar una  sólida novela. En la sociedad medieval el poeta fue juglar y luego se fue transformando en cortesano, como lo fue en el siglo XVI Garcilaso. Todavía un poeta como Goethe, que fue funcionario público, podía decir que para su satisfacción le bastaba su propio canto, pero si le querían dar de beber, que fuera en copa de oro. El antiguo aeda, que había sido central en la vida de los pueblos, se siente incómodo en el papel de procurador de entretenimiento en las cortes. Valdelomar aparece en la literatura justamente cuando esa copa de oro había desaparecido, cuando el escritor tenía que vivir o empezaba a vivir, y él es el mejor ejemplo, de su pluma. Cierto es que había un ilustre antecedente, el de Rubén Darío, quien era, según bien se ha dicho, el primer escritor profesional de Hispanoamérica, pero es verdad también que tanto el ilustre nicaragüense, como su homólogo peruano José Santos Chocano, alternaban todavía su práctica literaria, con labores diplomáticas o de directo servicio a algunos gobiernos de América Central. Valdelomar tiene, como narrador, pero también como poeta, la fortuna de haber sido incorporado a los programas escolares en el Perú. Eso significa que numerosas generaciones tienen la fortuna de leerlo en la infancia y juventud. Su nombre está asociado a las primeras lecturas que hacen niños y adolescentes. Tenemos que alegrarnos de este hecho, pues pone a un autor notable al alcance de los jóvenes. Los autores noveles, en general, rechazan a los autores que aparecen en los libros escolares, porque consideran, equivocándose,  que un escritor que ahí aparece se ha adocenado, incorporándose a un canon oficial. Lo que ocurre es que en literatura, el único juez verdadero es el tiempo. Un autor se convierte en clásico, porque viene con el sabor de múltiples lecturas de sucesivas generaciones. Es por eso que no es más fácil distinguir a un buen autor del pasado que a uno del presente. El corpus valedero no está terminado nunca, se está siempre haciendo. Valdelomar es un autor valioso que está en el centro de nuestra tradición. Casi todos los peruanos hemos leído en nuestra etapa escolar algún cuento de Abraham Valdelomar, el algunos poemas, entre ellos el célebre que ofrecemos a continuación:

Tristitia

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía,
el cielo la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar…

(En Las voces múltiples. Lima, Casa Editorial Rosay, 1916. Pp.200-201)

El texto es un soneto alejandrino. La rítmica distribución de los acentos, ofrece una cadencia grave que asociamos a la nostalgia. Existe una correspondencia entre el plano estrictamente fonético y el plano de los significados que refuerza esa sensación. Este poema, como casi todos los de Abraham Valdelomar, pertenece a lo que podemos llamar la etapa final del modernismo o el comienzo del posmodernismo. Es la nacionalización, la provincialización de los grandes temas de Rubén Darío, de José Martí y de los otros grandes poetas modernistas. Como en Lugones, como en Herrera y Reissig, se van esfumando las princesas y huríes inalcanzables y aparece con nitidez la experiencia del propio poeta, afincada en ese caso en su infancia, que transcurrió, eso sí, “en una aldea lejana”.  Ciertamente este es el mejor ejemplo de la poesía característica de Valdelomar, con moldes formales modernistas y con una clara referencia a la infancia remota. De esa misma impronta es el poema  “El hermano ausente en la cena pascual” en el que se mezclan los recuerdos personales con la clara influencia de poeta simbolista Francis Jammes:

 

La misma mesa antigua y holgada de nogal,

y sobre ella la misma blancura del mantel

y los cuadros de caza, de anónimo pincel,

y la obscura alacena, todo, todo está igual…

 

Hay un sitio vacío en la mesa, hacia el cual

mi madre tiende a veces su mirada de miel

y se musita el nombre del ausente, pero él

hoy no vendrá  a sentarse en la cena pascual

 

La misma criada pone, sin dejarse sentir,

la suculenta  vianda y el plácido manjar,

pero no hay la alegría ni el afán de reír

 

que animaran antaño la cena familiar….

Y mi madre, que acaso algo quiere decir,

ve el lugar del ausente y se pone a llorar.

(En Obras esenciales Lima, 2015 p 56)

 

Junto a este Valdelomar, del cual pueden escogerse múltiples ejemplos, sencillo, evocativo, maestro de la versificación medida, hay otro, que sin desprenderse del anterior, cultiva una poesía diferente, en el que se siente, tanto variaciones en la versificación como  el palpitar de la ciudad que deja de lado los temas cultivados por siglos para convertirse en un registro de cosas insólitas. Así ocurre con el poema “Nocturno”

 

Ya la ciudad está dormida,

yo solo cruzo su silencio

y tengo miedo de que despierte

al suave roce de mis pasos lentos…

 

La iglesia eleva sus dos torres

en la oquedad honda del cielo

y cruza el aire el pentagrama

del poste del teléfono.

 

Pide limosna, lamentable,

un mendicante viejo y ciego

y habla de Dios y dice: ¡Hermanos!

y tiende su sombrero.

 

Pasa un borracho, hinchado el rostro,

echa hacia mí su aliento fétido,

alza los brazos y gritando:

¡Viva el Perú! se cae al suelo.

La luz de un arco parpadea,

chocan sobre ella los insectos,

cambia a mis pasos la quebrada

rara silueta de los techos.

 

Duerme un cansado caminante

en el dintel amplio del templo

y allí, en la esquina, junto a un poste.

se mea con gravedad un perro.

 

Ya la ciudad está dormida,

 yo solo cruzo su silencio

y me parece que alguien sigue

mis pasos a lo lejos….

 

Un auto lleno de farautes

pasa, alborota, insulta; entre ellos

van las criollas cortesanas

zambas, pintadas, de pies pequeños.

 

Ya la ciudad está dormida,

yo solo cruzo su silencio;

repite el eco en el vacío

el duro golpe de mis pasos lentos.

 

De estas cien mil almas que duermen

¿cuál soñará lo que yo pienso?

¿Acaso aquella que esta tarde

Sonrió a mi paso y me miró en silencio?

 

En los siniestros hospitales

se moverán insomnes los enfermos…

¿Quién llorará desconsoladamente?...

¿Quién se estará muriendo?...

 

¿En cuántos labios juveniles

se contraerán frases y besos?

¡Cuántas mentiras adorables!

¿Qué desgraciados estarán naciendo?

 

Y ella en la muda alcoba blanca,

rosado y tibio su jugoso cuerpo,

extenderá su cabellera rubia

sobre las rojas flores de sus senos.

 

Y una sonrisa insinuarán sus labios

y su nariz aspirará deseos

¡y yo estoy vivo, yo lo sé y la adoro

y ahora no puedo darle un beso!

 

Y pasarán, inexorables

horas y días, juventud y sueños.

Hoy tengo miedo de morirme.

¡Qué solo debe estar el cementerio!

 

Ya la ciudad está dormida

Y solo cruza su silencio

el ruido que hace la pesada

negra carroza de los muertos.

 

 

(En Las voces múltiples  1916, pp, 202-205)

 

Este poema es revelador, del enorme potencial expresivo que se anidaba en Valdelomar y que su vida apresurada no le permitió desarrollar. Es de destacar la presencia  atrevida de imágenes que no habían aparecido nunca en la poesía peruana y que convierten a nuestro poeta en un heraldo de la poesía desenfadada de hogaño. Hay expresiones que sin duda podemos considerar un antecedente de la escritura de Nicanor Parra, en los años cincuenta del siglo XX. Son éstas

 

Pasa un borracho hinchado el rostro,

echa hacia mí su aliento fétido,

alza los brazos y gritando:

¡Viva el Perú! se cae al suelo.

 

Duerme un cansado caminante

en el dintel amplio del templo

y allí, en la esquina, junto a un poste,

con gravedad se mea un perro.

 

Es la irrupción de la calle de la urbe en una poesía que hasta ese momento se había mantenido en los cauces de la antigua poesía medieval, con ciertos temas que eran muy sabidos por las lectores, como el amor. En el caso de Valdelomar, y solo en el texto citado, ese tema no desaparece, sino que se incluye dentro de la descripción nocturna de la ciudad. Tiene sin embargo rasgos sorprendentes. La amada a la que se describe como poseedora de un cuerpo jugoso y tibio, de cabellera rubia, contrasta con las criollas cortesanas que van con los farautes, los vocingleros, y que son zambas, pintadas, y de pie pequeño. Mientras la amada brilla por su ausencia, las criollas cortesanas brillan por su presencia. El amor, tal como aparece en los textos medievales, es planteado como un ideal inalcanzable, mientras que las mujeres criollas, que son cortesanas, son concretas, musas venidas a menos, que conservan ese orgullo antiguo: el pie pequeño que el Perú, en el imaginario de la gente, está asociado a la belleza. El poema, pese a la irrupción temática de la modernidad, tiene el encanto formal de la poesía simbolista, bien medido, con versos musicales, y lo hubiera aprobado el mismo Verlaine si lo hubiera podido leer. Vino nuevo en odres viejos, como se suele decir.

Hay una cuestión más general que condensa el sentido de esta ponencia y es que los poemas escogidos, muestran bien la personalidad escindida literalmente de Valdelomar en el terreno de la poesía. Elige como tema de su poesía más íntima y lograda, los temas algo remotos, afincados en la infancia, los días pasados en el núcleo familiar. En estos textos es, sin duda alguna, un poeta lírico, pero en los poemas  de la ciudad, en el escogido y en algún otro como Luna Park tiene un aliento narrativo, descriptivo, de lenguaje desenfadado, que lo hace un predecesor de la poesía de la calle que en el orbe hispano estaría en boga varias décadas después, hacia los años sesenta. Sin embargo Valdelomar, con todo su talento en poesía y con sus audacias, no llega a ser el prototipo del poeta absolutamente original, ese lugar estaría reservado para César Vallejo. Es curioso, pero lo mismo ocurriría con su trabajo narrativo, tan celebrado, en el que los llamados cuentos criollos,  se desarrollan en el plano afectivo cercano, el que corresponde a la familia y a la infancia, mientras que otros  cuentos, como los incaicos, viajan al pasado, y los cuentos yanquis, muestran una palpitante actualidad. Valdelomar, históricamente, es el intelectual que reclama para su condición, la de un profesional a tiempo completo. Antes que él, nadie lo había dicho con tanta rotundidad y convencimiento. Al rendirle hoy homenaje lo consideramos uno de los más conspicuos escritores de la historia del Perú.

 

 

 

 

 

 

Bibliografía
Luis Monguió. La poesía postmodernista peruana. México Fondo de Cultura Económica. 1954.
Abraham Valdelomar. Obras completas. Tomo I. Edición, prólogo, cronología y notas de Ricardo Silva Santisteban. Departamento de Relaciones Públicas de Petroperú. Lima. 2001.
-----------------------    Obras esenciales. Gobierno Regional de Ica. Biblioteca Abraham Valdelomar. Academia Peruana de la  Lengua. Lima. 2015.

Las voces múltiples. Lima. Casa Editora Rosay. 1916.

 

Imagen: Fuente Repositorio PUCP