Publicación #27

Poemas al Cusco

Marco Martos

2018-03-05

Compartir:



Marco Martos nos deleita con sus hermosos poemas en homenaje al Cusco.

 

 

Cusco, primera  vez

Desde la ventana de la habitación del hotel

veo un techo de tejas rojas,

el cielo celeste y las nubes fijas como copos de algodón.

Aquí estuve rodeado de risas

en las gradas de piedra de la Catedral,

deambulé por los callejones de la historia

entre centenares de transeúntes con chullos multicolores

 o blancos sombreros en las mañanas radiantes,

me perdí en interminables noches imantadas,

en las calles de pétreos adoquines , alrededor de la Plaza,

y jugué en ocasiones pacientemente al ajedrez.

Hablé con numerosos amigos del antiguo esplendor

del imperio de los incas, de Garcilaso y su pluma prodigiosa,

de Juan Espinosa  Medrano, Juan Chancahuaña  de nombre original.

Sigo fascinado por la gran ciudad del Cusco,

la miro con los ojos asombrados del niño,

la descubro por primera vez,

como si yo mismo fuera un rayo de sol.

 

 

Músicos en Pisac

En la puerta de la iglesia de Pisac,

cerrada con tres candados,

acuclillado el artista forastero,

tocaba para sí mismo en un tambor de metal.

Nos acercamos con prudencia

y al final de la interpretación

pudimos hablarle y saber algo de su vida trashumante

que lo había traído a este hermoso rincón del Perú.

Caminamos luego entre los puestos de los vendedores

de ropa u objetos de cuero o madera,

en la mañana de agosto, con un sol imperial,

mientras unos músicos callejeros, con acento argentino,

ofrecían canciones del Brasil en una armonía total.

Eran jóvenes del Conservatorio de Buenos Aires

en viaje de buena voluntad.

¡Cosas veredes Sancho que no podrás entender jamás¡

 

 

Tempestad en Machu Picchu

Llaman Machu Picchu

a estos muros de piedra, esplendores que parecen

dibujados en una celeste pizarra,

a estas arcillas, estas gredas invisibles,

pegamento de los dioses, del sol, la luna,

las estrellas que los incas adoraban,

a estos filamentos de eternidad,

estas vasijas, estas ventanas

que dan a un valle de maravilla,

infinito verdor que no acaba.

Llegaron las piedras caminando hacia arriba,

por la pendiente, empujadas

por los espíritus de la naturaleza

o los fantasmas de las deidades.

¿Cómo supieron tanto estos constructores,

arquitectos de la luz y las sombras apagadas?

¿Quién les enseñaba?

Silban los vientos y llueve

y no para de llover en la noche encantada.