Marco Martos nos deleita con sus hermosos poemas en homenaje al Cusco.
Cusco, primera vez
Desde la ventana de la habitación del hotel
veo un techo de tejas rojas,
el cielo celeste y las nubes fijas como copos de algodón.
Aquí estuve rodeado de risas
en las gradas de piedra de la Catedral,
deambulé por los callejones de la historia
entre centenares de transeúntes con chullos multicolores
o blancos sombreros en las mañanas radiantes,
me perdí en interminables noches imantadas,
en las calles de pétreos adoquines , alrededor de la Plaza,
y jugué en ocasiones pacientemente al ajedrez.
Hablé con numerosos amigos del antiguo esplendor
del imperio de los incas, de Garcilaso y su pluma prodigiosa,
de Juan Espinosa Medrano, Juan Chancahuaña de nombre original.
Sigo fascinado por la gran ciudad del Cusco,
la miro con los ojos asombrados del niño,
la descubro por primera vez,
como si yo mismo fuera un rayo de sol.
Músicos en Pisac
En la puerta de la iglesia de Pisac,
cerrada con tres candados,
acuclillado el artista forastero,
tocaba para sí mismo en un tambor de metal.
Nos acercamos con prudencia
y al final de la interpretación
pudimos hablarle y saber algo de su vida trashumante
que lo había traído a este hermoso rincón del Perú.
Caminamos luego entre los puestos de los vendedores
de ropa u objetos de cuero o madera,
en la mañana de agosto, con un sol imperial,
mientras unos músicos callejeros, con acento argentino,
ofrecían canciones del Brasil en una armonía total.
Eran jóvenes del Conservatorio de Buenos Aires
en viaje de buena voluntad.
¡Cosas veredes Sancho que no podrás entender jamás¡
Tempestad en Machu Picchu
Llaman Machu Picchu
a estos muros de piedra, esplendores que parecen
dibujados en una celeste pizarra,
a estas arcillas, estas gredas invisibles,
pegamento de los dioses, del sol, la luna,
las estrellas que los incas adoraban,
a estos filamentos de eternidad,
estas vasijas, estas ventanas
que dan a un valle de maravilla,
infinito verdor que no acaba.
Llegaron las piedras caminando hacia arriba,
por la pendiente, empujadas
por los espíritus de la naturaleza
o los fantasmas de las deidades.
¿Cómo supieron tanto estos constructores,
arquitectos de la luz y las sombras apagadas?
¿Quién les enseñaba?
Silban los vientos y llueve
y no para de llover en la noche encantada.